lunes, 30 de agosto de 2010

Ángulos

A veces, cuando se extiende la vigilia y el cerebro se agota, el mundo empieza a volverse brillante y me dan ganas de soñar en voz alta y recitar versos de colores fucsias anaranjados y amarillos verdosos. Mis ojos se vuelven estrellas capaces de volar más alto que mis pensamientos más intrépidos. Esos que solo tengo en las noches de navidad o en el cumpleaños de mi tío Jorge.
Más allá del día, una pared descascarada me golpea en el hombro y siento frío. No es el frío común del invierno en Buenos Aires. Es un frío mutante, que se mete en los huesos y los deshace en un dolor angustioso más espeso que el petróleo más oscuro.
Un pozo ciego y no puedo alejarme.. cada paso desaparece en la nada, y el viento me grita y no quiero más que mi hogar caldeado idéntico a mí.
Mis días como humana están contados. No quiero dejarte, repito para mis adentros... y lo mucho que odio esta tierra deforme y muda. Cuanto mal en tu presencia. Cuantas tardes he despreciado, observando anonadada tus ángulos obtusos.
Y el miedo... a que sea yo... materialmente incapaz de convertirme en una más de esas fantasías rosadas, violetas, azules que sin descanso acechan mi atormentada imaginación.